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domingo, 8 de enero de 2012

El barco

Con cuanta frecuencia imaginamos que un barco vendrá a rescatarnos de una isla desierta! Y que diferentes son esas embarcaciones. A veces tienen la forma de un saber milenario, de un descubrimiento revolucionario o de un éxtasis espiritual. En ocasiones tienen forma de casa, de coche, de moto, de caravana... e incluso de barco! Otras veces imaginamos un enorme velero impulsado por velas hechas con millones de billetes con los que comprar otros barcos, con los que comprar otros barcos, con los que comprar otros barcos... Pero también imaginamos barcos en forma de hijos, de pareja, de familia, de amigos, de perro o de gato. Y así, con los ojos puestos en esas ilusiones que pasan por el horizonte se nos va distraidamente la vida, queriendo embarcar en esto o en aquello, o dolidos si tardamos en conseguirlo o no lo logramos, aunque en el fondo sepamos que no hay garantías de que esos barcos no nos lleven a otras islas igualmente desiertas. Sin embargo, y aunque a la mayoría no les pasará nunca, atrapados como están por su sueño de estar atrapados dentro de algún barco, también hay personas que, de alguna manera, se acaba dando cuenta de que no necesitan ser rescatadas. Supongo que comienza cuando dejas de mirar al horizonte y empiezas a fijarte en las cosas simples que te rodean: ves salir el sol, te miras las manos, oyes el latido de tu corazón y te asombras del delicado y perfecto engranaje de tu cuerpo y de la vida. Miras entonces a tu lado y puede que quizás te veas, por primera vez desde que eras un niño, reflejado en los ojos del ser querido que te acompaña. Y te tumbas en la hierba fresca y aspiras el aire lleno de aromas, mientras saboreas una brizna recogida al azar por el camino. Lentamente, quizás también por vez primera desde que olvidaste tu niñez, percibes cómo la Tierra te atrae hacia sí, te protege y te abraza como una madre, y le pides perdón por olvidarte de que siempre has formado parte de ella. Y te quedas mirando al cielo ilusionado como un niño, esperando a verlo iluminarse de nuevo por primera vez con un estallido de luz, de mundos y estrellas. Y entonces comprendes, y sabes, que realmente nunca habías estado solo en una isla desierta.

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