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lunes, 9 de enero de 2012

La sed del león

"Un león, rey de la selva, se asoma a un pozo, llevado por una intensa sed. En el fondo ve a su reflejo en el agua. Le parece que es un enemigo. Se lanza dentro para atacarlo y matarlo. Cae en el agua. El reflejo desaparece. El león se ahoga.
Esta historia nos quiere hacer comprender que todo lo que nos ataca, nos aterroriza, es nuestro reflejo. La mayor parte de nuestros problemas, son una proyección de lo que no aceptamos ver en nosotros mismos" A. Jodorowsky


Lo tenía difícil el león, porque sólo puedes saber que eso que ves no te está amenazando cuando sabes que lo que ves es un reflejo pero ¿cómo saber que eso que ves es tu reflejo? La cosa se complica, porque al no haber visto nunca tu imagen, no sabes cómo eres realmente, no sabes RE-conocerte. Es decir, que para conocerte del todo necesitas del reflejo. Ocurre así que deberemos darnos contra el reflejo dolorosa y necesariamente para que ocurran dos cosas de golpe: conocer qué cosa es un reflejo, nuestro reflejo, y conocer qué cosa somos nosotros, es decir, RE-conocernos en ese reflejo. Así pues, podría ser que la mayor parte de nuestros problemas no sean simplemente una “proyección de lo que no aceptamos ver en nosotros mismos”, sino que ciertas cosas "no podemos verlas por nosotros mismos", por lo que difícilmente podríamos aceptarlas o no, y necesitamos enfrentarnos a esos problemas que nos angustian para poder reconocerlas . Y es que todos sentimos sed como la del león, esa insatisfacción que nos empuja en busca de algún tipo de “agua” que calme nuestra ansiedad. Con frecuencia la encontraremos en charcos sin reflejos, beberemos y seguiremos nuestro camino confiados, pero pronto la sed nos atrapará de nuevo y todo volverá a empezar. Sin embargo en ocasiones, y con mucha más suerte, ese ansia nos llevará hasta un pozo, y no nos gustará lo que veremos en el fondo: miedo, ira, ansiedad, desesperanza... Y entonces tendrás que huir o luchar. Quien huye encontrará de nuevo algún charco superficial y sin reflejo, porque abundan más que los pozos profundos, y seguirá su camino como siempre, experimentando esa sed sin entender cómo es posible que nunca se apague por más agua que beba. Pero habrá también quien decida luchar -pocos son los que lo hacen porque no todos llegamos a ser leones- y se arriesgue a saltar contra aquello que ve, teme y no conoce (o no re-conoce). Si ha calculado mal su fuerza se ahogará, y ya jamás dejará de huir de su reflejo. Pero si ha reunido a lo largo de su ir y venir de charco en charco el coraje necesario para nunca rendirse ni dejar de luchar, tendrá la oportunidad de conocer qué cosa es en apariencia y qué cosa es realmente. Sabrá entonces distinguir entre su fuerza y su debilidad, entre sus virtudes y sus bajezas, entre lo que busca y lo que ya ha encontrado. Y conocerá la sed y el agua, y se RE-conocerá en la sed y en el agua, y ya no necesitará huir de si mismo. Así pues, no le quedaba otro remedio al león, por ser león, que saltar al pozo.

Mundos paralelos



“Nos hemos maravillado de cómo los biólogos han sabido mirar las cosas cada vez más pequeñas, y de cómo los astrónomos han buscado cada vez más lejos en el oscuro cielo nocturno, atrás en el tiempo y en el espacio, los objetos más inconmensurables. Pero tal vez la más misteriosa de todas las cosas no es ni lo pequeño ni lo grande: somos nosotros, de cerca. ¿Acaso nos podríamos reconocer a nosotros... mismos? Y si lo hiciéramos, ¿nos podríamos conocer a nosotros mismos? Qué les diríamos a esos otros yo? ¿Qué podríamos aprender de nosotros mismos? ¿Qué sería realmente lo que nos gustaría ver si pudiéramos estar fuera de nosotros mismos... y mirarnos?” Extraído de Another Earth, una magnífica película dirigida por Mike Cahill sobre el perdón, la inestabilidad del presente y el dolor desgarrado que produce la obsesión de creer que se vive una vida distinta de aquella a la que se estaba destinado. Una delicatessen para el pensamiento.

domingo, 8 de enero de 2012

El barco

Con cuanta frecuencia imaginamos que un barco vendrá a rescatarnos de una isla desierta! Y que diferentes son esas embarcaciones. A veces tienen la forma de un saber milenario, de un descubrimiento revolucionario o de un éxtasis espiritual. En ocasiones tienen forma de casa, de coche, de moto, de caravana... e incluso de barco! Otras veces imaginamos un enorme velero impulsado por velas hechas con millones de billetes con los que comprar otros barcos, con los que comprar otros barcos, con los que comprar otros barcos... Pero también imaginamos barcos en forma de hijos, de pareja, de familia, de amigos, de perro o de gato. Y así, con los ojos puestos en esas ilusiones que pasan por el horizonte se nos va distraidamente la vida, queriendo embarcar en esto o en aquello, o dolidos si tardamos en conseguirlo o no lo logramos, aunque en el fondo sepamos que no hay garantías de que esos barcos no nos lleven a otras islas igualmente desiertas. Sin embargo, y aunque a la mayoría no les pasará nunca, atrapados como están por su sueño de estar atrapados dentro de algún barco, también hay personas que, de alguna manera, se acaba dando cuenta de que no necesitan ser rescatadas. Supongo que comienza cuando dejas de mirar al horizonte y empiezas a fijarte en las cosas simples que te rodean: ves salir el sol, te miras las manos, oyes el latido de tu corazón y te asombras del delicado y perfecto engranaje de tu cuerpo y de la vida. Miras entonces a tu lado y puede que quizás te veas, por primera vez desde que eras un niño, reflejado en los ojos del ser querido que te acompaña. Y te tumbas en la hierba fresca y aspiras el aire lleno de aromas, mientras saboreas una brizna recogida al azar por el camino. Lentamente, quizás también por vez primera desde que olvidaste tu niñez, percibes cómo la Tierra te atrae hacia sí, te protege y te abraza como una madre, y le pides perdón por olvidarte de que siempre has formado parte de ella. Y te quedas mirando al cielo ilusionado como un niño, esperando a verlo iluminarse de nuevo por primera vez con un estallido de luz, de mundos y estrellas. Y entonces comprendes, y sabes, que realmente nunca habías estado solo en una isla desierta.

viernes, 6 de enero de 2012

Pollo al Chilindrón

Hace unos días, por algún extravagante capricho sináptico de los azarosos procesos bioquímicos de mi cerebro, se me ocurrió preguntar durante un descanso a uno de mis compañeros de trabajo si sabía cómo se cocinaba el pollo al chilindrón. El pobre hombre, más sorprendido que yo por semejante asalto gastronómico durante su pausa cafetera, acertó a responder:
- ¿La receta del pollo al chilindrón? Es fácil. Enciendes el ordenador y tecleas "google" en el navegador. Luego, en el cuadradito escribes "pollo al chilindrón"...
- ¿Todo junto entrecomillado, o por separado? -acerté a responder recuperando el control sobre mis capacidades mentales.
- Da igual. Luego verás que se abre una pantalla llena de recetas...
- ¿Y el perejil?
- Todavía no. Busca una receta que haya puesto ahí una mujer. No te fíes de las recetas que dan los hombres...
- Vale, mientras pondré el perejil sobre la pantalla del ordenador.
- Si, pero con cuidado, no les sienta bien el perejil a los ordenadores.


Y al rato, comenzó a hablar de fútbol con otro que llegó.


Llevaba todo el día intentando recordar esa receta y me asaltó la pregunta con un interlocutor inadecuado. Tal vez si se la hubiese dirigido a la compañera que se sentaba justo a mi lado, aunque  seguramente tampoco sabía por dónde cocinar chilindrones al pollo, el imperativo social de rol, que desde niña le ha obligado a creer que debe saber de cocina, la habría cuando menos desconcertado un instante. Se lo habría pensado, me habría mandado al cuerno o me hubiese contado cómo cocinaba el pollo su abuela... Pero no recurriría a google. El caso es que todavía hay hombres medianamente inteligentes que saben más de fútbol que de cocina, aunque lo más inteligente sea la opción inversa, pues los balones, aunque sean de reglamento, resultan terriblemente indigestos ya se cocinen al chilindrón o a la parrilla. Lo curioso no es averiguar que los libros de cocina estén -como los CDs y los DVDs- en peligro de extinción, cosa predecible, ni que hombres autoproclamados progresistas aún desconozcan las virtudes del perejil en la informática,  cosa lamentable. Ni siquiera que mi compañera de al lado supiera más de fútbol que nadie en aquella reunión de 15 minutos para el café, cosa nada sorprendente ... Lo aterrados del asunto fue que, por algún extravagante capricho sináptico de los azarosos procesos bioquímicos de mi cerebro, se me ocurriera preguntar durante un descanso a uno de mis compañeros de trabajo si sabía cómo se cocinaba el pollo al chilindrón (?). Y es que la mente es realmente sorprendente.